![]() |
Alejandra Pizarnik |
Alejandra… no puedo escribir poesía. Empecé a leerte unas semanas antes de conocerla y luego todos tus poemas sobre el amor y la muerte se transfiguraron en ella. No me puedo acercar a ti sino para pensarla y sufrir. Me pregunto qué clase de poema o prosa le hubieras escrito si ella se hubiese atravesado en tu vida como se atravesó en la mía. Qué palabras se puede utilizar para describir a un cronopio que siempre está fuera del límite. Yo todavía no las encuentro, sigo en un estado de sopor que me adormece la boca para hablar. Será que no tengo nada que decir ni sentir o será que lo siento todo y no sé cómo expresarlo. Solo una cosa es cierta, Pizarnik: no he vuelto a tu libro ni a tu poesía ni a tu prosa después de nuestro último beso adolescente que no atisbaba ninguna esperanza. Sé que tú, a pesar de tus ganas de quítate la vida estabas esperando que algo cambiase repentinamente… esa llamada de la mujer que amabas y nunca llegó. No sé si yo también muera de tristeza, pero si no me mata la esperanza, seguro me matará la libertad. Aunque, sinceramente todo me roza en la piel, siento de pronto el frío más frío, el amargo más amargo, las lágrimas más saladas y las personas más insoportables que nunca, excepto ella, que de pronto vino, mi amiga y mi compañera, Milagros. Hacía falta que una persona nos grite la verdad en la cara, que la enfoque en el centro de la cámara y me la muestre crudamente. Qué poco amor tengo por la verdad después de todo ¿cierto? Y qué poco amor tengo también por la libertad. Me pasé casi la mitad de la relación diciéndole que quería ser libre para amarla y que ella fuese libre conmigo, sin embargo, no hice más que encarcelarla en mis esquemas de amor romántico, en mis prejuicios de una relación convencional, cuando todo lo nuestro estaba fuera del cuadro de una sociedad conservadora. Pero, ten compasión de mí, Pizarnik, el amor por otras cosas nos ciega. No tengo tan cimentada mi vocación de filósofa como tú la de escritora, sigo buscando y ese es el proceso. Solo estoy confundida, con el corazón revuelto, la cara más pálida, el vello crecido, las gafas más sucias, las uñas mordidas y los músculos tensos. Será que ya no puedo más. Será que la verdad y la libertad se ha vuelto insoportable para mí. Por lo menos, tenemos algo en común, que si no es la poesía es el desamor. No nos correspondieron y esos amores nos han quitado la vida. Nunca tuve un amor que me amara como yo amé y cómo podrían amarme de la misma forma si son otros amores, distintos a mí. Me han roto el corazón otra vez, pero me escondo debajo de la madurez treintañera, racionalizo la situación e intento seguir adelante con mi vida. Pienso que una fisura más no terminará por quebrarme, después de todo he vivido ya lo suficiente para saber defenderme a mí misma, he sobrevivido a otros quebrantos que me dejaron sin aliento, que me hirieron para toda la vida ¿Qué es esto en comparación con todas esas cosas? Quizá poco, muy poco, pero yo amaba a esa mujer eróticamente inmaculada, como nunca a nadie quise. Y todavía la añoro así… oscilando entre la ternura y la rabia… ya sabes, es la dialéctica de mi amor. No he vuelto, te dije, a tus poemas, ni volveré ni se los dedicaré a nadie más. Te traspusiste en ella, te convertirte en ella, existías paralelamente en ella y ya no puedes ser alguien más ni para alguien más. Así que te dejaré por ahí, tirada, abandonada, empolvada, me olvidaré de tu rostro, de tus frases, de tu aroma a libro fotocopiado, del momento que te compré, de ese viaje a Lima, de tu sabor a pisco sour. Lo siento, no puedo volver a ti, aunque ya había planificado aprenderte de memoria, recitar tus versos como jaculatorias, convertir tu poesía en salmos que le hablaran a Dios de mi agonía, de mi amor por ella, de mi desdicha, de mi no correspondencia, de mi esperanza existencialista, de mi incapacidad para escribir, de mis deseos de amor más profundos, de todo lo que soy y todo lo que aprendí cuando te leía pensando en ella. Ya no hay marcha atrás, harás este proceso conmigo, pero lejos de mí. No quisiera herirte o terminar quemándote. Solo estás muerta para mí, solo volveré a esta hoja para modificar mis palabras, hablarte con menos dolor en el pecho, con las manos más ligeras y la cabeza más fría, por ahora cierro esta carta con saliva y algunas gotas de lágrimas.
Estoy muerta, lo sabes. No tengo que
explicártelo.
Comentarios
Publicar un comentario