el fuego baila como quiere (primera parte)

Desde que te conozco suelo escribirte notas mentales. Siempre hay historias que quiero compartirte o sentimientos que me gustaría expresarte. Tengo una necesidad interior de darte la primicia y de narrarte la vida. Sé que olvido algunos momentos, mientras suelo recordar otros con claridad: tu rostro en aquella fotografía, la primera vez que te vi. No sabría cómo describirlo, aunque suene convencional, me parece inefable. De hecho, tengo que confesarte que, desde que te conozco, he deseado mucho aprender a dibujar. Aprendería a dibujar solo para dibujarte, no por amor al dibujo como un fin en mismo, sino como un medio de expresión que me permita capturarte. Es como haber entrado en un estado de búsqueda constante de nuevas formas de comunicación solo para hablarte de todo lo que va surgiendo desde el centro de mi interioridad. Pensamientos que nacen enredados a tu esencia desmaterializada por mi capacidad cognoscitiva. Todo tiene que ver contigo, como si tu existencia se encarnase en lo más íntimo de la realidad. De pronto el mundo es un trampolín que me lanza a descubrirte, como si lo que creado tuviese tu rostro. Cada cosa grita tu presencia, estás en lo más personal de cada ente y todo, donde quiera que observe, me recuerda a ti.

Tengo el recuerdo de tu rostro – “Si me vieras atada a tu rostro” – y una ingenua frustración me golpea el pecho porque no puedo someterte a los límites de la palabra ni a sus contornos marmoleados. No cabes en los fonemas ni en los sonidos confusos ni en las lenguas extranjeras ni en los signos ni símbolos... solo mis abrazos te contienen y te ayudan a encontrar tu forma. Eres una de las tantas verdades que no se pueden poseer ni abarcar, pero uno se contenta con buscarlas y gasta toda su juventud en esa ardua labor. Cuando te abrazo te hablo. Mis abrazos son una boca que se abren para besarte delicadamente. Habrás notado que te rodeo con un poco de ternura y erotismo, soy capaz de besarte la frente mientras mi mano presiona instintivamente tu seno y luego te aprieto con toda la intensión de estamparte en mi cuerpo. Entonces, “el jardín triangular que oprimo en mi mano chorrea flores de agua…”.

Lo que quiero o intento decir – es que...

¿Cómo empezar? Sí, siempre es difícil. Las notas mentales funcionan a la perfección justamente porque son invisibles. Materializar las palabras es complicado y complejo, se      te escapan de las manos o comienzan a parecerte absurdas y la emoción de escribirlas se desploma. Me pasa todo el tiempo, incluso cuando me siento a redactar trabajos académicos, pero creo saber por qué. Es la pretensión. Quiero decirte bellamente las cosas para que pienses lo mejor de mí. Siempre quiero impresionarte, típico de una enamorada. Lo cierto es que soy una escribidora – a lo mucho una pobre mujer inquieta por las verdades más fundamentales de la existencia humana –, no suelo hacer estas cosas porque no sé cómo se mezcla la belleza con la verdad. Así que debo elegir la verdad. “Voy a decir solamente algo… voy a ocultarme en el lenguaje y por qué tengo miedo”, porque te  amo. “Dos palabras – como el poema de Alfonsina Storni – comunes. Dos palabras cansadas de ser dichas. Palabras que de viejas son nuevas”. Estas dos palabras son para ti. Te las regalo. Son enteramente tuyas, son tu carne, tienen tu sangre, tu humor, tu olor, tu tesitura, tu mirada, tus manos, la frescura de tus pechos primaverales, tu redondez, tus curvas. Probablemente estas dos palabras son el poema que esa noche, drogada, escribí sobre tu cuerpo en un lenguaje que solo tú puedes descifrar.

Haber hecho un recorrido existencial y sincero a través de mi historia personal me ha ayudado a descubrir que las cosas más importantes de mi vida no las he elegido yo. Para empezar, no elegí existir, no decidí venir a este mundo. La vida me fue dada como un don que debía apreciar y cuidar, pero vivir esa vida no elegida me hizo darme cuenta que se trataba de una gran responsabilidad, así que me sentí arrojada y obligada a vivirla. Lo que debió ser un don fue un veneficio por un tiempo… y todavía sigo reconciliándome con mi propia existencia para amarla y acogerla porque es solamente mía. Tampoco elegí ser yo, ser mujer, tener este cuerpo, mitad cárcel, mitad hogar. No escogí mi sexo biológico. Nací siendo mujer y estoy aprendiendo a serlo. Esta genética me fue dada, pues si hubiese tenido libre albedrío tal vez yo sería otra. Si te fijas, tampoco escogí a mis padres ni a mi familia en general, pero tampoco ellos me eligieron a mí. Se supone que son personas importantes para como yo para ellos. 

Hay otras cosas que tampoco elegí... A ti no te elegí. Te encontré cuando había decidido voluntariamente continuar con mi vida. Apareciste como un trazo hecho al azar. Estabas fija y sonriente con esa pañoleta verde amarrada en la cabeza y tu polo de ACDC, de pie y ligeramente sonriente, en medio de mis asuntos pendientes tan sufridos, a las puertas de un deseo que cada vez más me carcomía el corazón porque me pedía volver a comenzar lo que había dado por perdido.

Quizá pueda decir que te elegí solo después de encontrarte.

Volveré a decirte que tal vez este escenario te suene terriblemente cursi, pero quiero seguir escribiéndote.

Capogrossi, G. (1956). Surface 213. [Pintura].GAM - Galleria Civica d'Arte Moderna e Contemporanea, Torino, Italia




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